Esto último, aunque es totalmente
mentira para la mayoría de la sociedad, es lo que quieren recalcar esta semana
en GLEE con su especial navideño. Que la Navidad no es como la pintan en “Solo
en casa” (irónico decirlo con Sam como doble de McCauly Culkin…). Que la
Navidad es algo más que los regalos, la brillantina, las luces, los gorros y lo
que nos enseñan en la televisión.
Y aunque la serie logra
transmitir eso, se queda un poco en lo superficial, como siempre: lo
políticamente correcto, que en eso los norteamericanos son muy suyos. En
cualquier caso nos queda un episodio especial de Navidad muy, muy original;
muy, muy ida de pinza, y con cierto final realista que, aunque se quede en lo
superficial, te deja un sabor de boca más parecido a lo que se suele ver por
las calles.
Si el año pasado el Grynch
Sylvester se llevaba la Navidad (me gustaba más esa Sue borde hasta el final…),
esta vez la entrenadora de las animadoras propone a Blaine, Kurt y Artie que le
echen una mano dando de cenar a los “sin techo” en un albergue, ya que echa de
menos a su hermana fallecida y quiere estar ocupada en los demás. Bien por Sue.
Y bien por Santana, que en su momento
también dirá una gran verdad: les vas a dar de cenar un a noche y el resto de
días te vas a olvidar de ellos, así que ¿qué sentido tiene? Efectivamente, la
hipocresía navideña aflora de esta forma en muchos de nuestros compatriotas
ciudadanos… Pero no generalizaremos.
“Wheels, Porcelain, Other Gay: the Yule time is upon us and everyone knows that Christmas is a time for forgiveness. So I have decided to forgive you for having no talent and ruining the American songbook (…). Now, Christmas isn’t just a time when Jewish kids feel slightly uncomfortable and dwarves get jobs as Santa’s helpers and demeaning young union comercials that made them quietly die inside. No, Christmas is also a time to give back.” (Sue Sylvester)
Y cuando el Glee Club pensaba que
sus navidades serían de lo más normales y solidarias, llega Will Schuester (que
últimamente se me hace hasta raro verle aparecer) con un programa especial que
una televisión quiere que hagan los chicos y chicas del coro. Un especial
dirigido por Artie, que va de cineasta divo, y así no se puede… Eso sí, el resultado del programa
es de las idas de pinza navideñas más originales y bien llevadas que he visto
nunca, y reconozco que me ha sorprendido muy para bien, y que me ha hecho mucha
gracia.
La ida de pinza no está tanto en
imitar los programas especiales navideños hechos de cartón piedra y
artificiosidad moral que imperaban allá por los años 40-50 en EEUU, ni que lo
hayan grabado íntegramente en blanco y negro, sino más bien en el momento en
que te das cuenta de que lo van a poner totalmente entero y que no sabes dónde
va a acabar eso. Terminar, termina, claro, pero se comen tres cuartos del
episodio (bien comidos).
Sin duda lo mejor de esta parte
ha sido ver a Kurt demostrar sus dotes de actor, sin duda el que mejor conoce
ese tipo de interpretación teatralizada de ese tipo de programas, y ha sido
todo un puntazo. Blaine no lo ha hecho mal y Mercedes tampoco, pero no han
sobresalido, especialmente cuando a Kurt se le unía una Rachel Berry aún más
mojigata de lo que ya es y a la que este tipo de papeles de mujer norteamericana
de clase media dedicada a su hogar le viene como anillo al dedo (o más bien
como pendientes a las orejas… esto lo explico luego). Además, se marcan dos
temazos: el “Let It Snow” mítico, pero a dos voces (Blaine y Kurt), y el “My
Favourite Things” (Rachel y Mercedes) de “Sonrisas y lágrimas”, musical que ha
marcado mi infancia y del que ya quería que sacasen alguna canción. Sonrisa de
“oish ^^” para el bote.
Por supuesto, el momento aún más grande ha sido cuando
entran por la puerta Finn Hudson y Noah Puckerman vestidos de Luke Skywalker
(sable láser azul incluido) y Han Solo. GRANDE GLEE por ese homenaje que se han
marcado a STAR WARS. Ahí hemos visto al principio cómo Chewbacca en un sueño
decía a Artie cómo hacer su programa, y antes de la entrada triunfal de Luke y
Han Solo, esa cabecera de entrada del especial del programa. Ver la palabra
“GLEE” en la tipografía de STAR WARS ha sido a la vez un “cuidadito con lo que
hacéis” y una nueva sonrisa “oish ^^” por ver combinadas dos cosas que me
encantan (comparaciones aparte, por supuesto…).
Muy grande pintaba este episodio.
Sin embargo, se nota en lo que escribo cierta sensación agridulce, y es que sí,
la ha habido. En concreto en la recta final… El especial de Navidad del año
pasado era mucho más surrealista, más cómico (esa Brittany ilusa), y aunque se
centraba también en unas navidades no demasiado convencionales, me sorprendió y
me emocionó mucho más (creo que me lo veré estas navidades otra vez…); el
buenrrollismo eran más sutil. Y es lo único que puedo reprochar al episodio,
que lo que se planteaba como un conflicto moral y personal para los personajes
(no saber elegir entre lo más correcto y lo más superficial), tiene una
resolución facilona: vayamos a las dos cosas, ¿por qué no? Mientras Quinn y Sam
vivían ese otro lado de la Navidad que poca gente ve junto a Sue Sylvester, los
New Directions grababan su programa capitalista y falso. Rory se encarga de
despertarles un poco con un puntazo disfrazado de secuencia seria y moralista,
cuando entra y en lugar de leer el cuento de Frosty The Snowman se marca la
lectura del anuncio del nacimiento de Jesús que hace el ángel a los pastores
(un poquito de religión para tener contentos a los cuatro cristianos que ven la
serie; la cara que pone Kurt ante esto, si fuera una serie española, sería de
“con la Iglesia hemos topado”). Porque, como bien dice Sam, no todas las
historias tienen final feliz, y no por ello son menos buenas, o menos
navideñas, y no merece la pena disfrazarlo de espumillón. Buen intento de moraleja
políticamente correcta.
Así que los chicos y chicas
restantes llegan al albergue y cantan su particular villancico. Para la
próxima, amigos realizadores, no me saquéis tanto a Sue Sylvester sonriendo de
forma cursi, porque lo habéis hecho hasta 4 veces, y siempre lo mismo, y casi
así estaban cayendo en lo que caracterizaba a los programas de los 50. Y final
feliz para todos y todas.
Cabe señalar un matiz, antes de
terminar. La trama reinante en el episodio ha sido sobre todo la de Finn y
Rachel viviendo su primera Navidad como pareja perfecta, al menos todo lo
perfecta que desea Rachel: artificiosamente perfecta, de hecho. Por un lado, ha
provocado varios puntos cómicos (sin duda el momento apadrina un cerdo llamado Barbra y ese “holy crap, I’m dating Kim
Kardashian” han sido lo mejor). Por otro, no han faltado los momentos tiernos y
emotivos, como el del regalo final de Finn, que aunque sigue poniendo caras
extrañas al besar, se ha ganado una piel de gallina y otro “oish ^^” cuando en
su sencillez (esta vez ahorrándose la cursilería que le caracteriza) le ha
hecho ver a Rachel que es una auténtica estrella, que es su estrella. Y por un
momento, todos hemos querido tener novia para hacerle ese regalo, estar
rodeados de ambiente navideño, invierno, luces, Frank Sinatra al lado
sosteniendo muérdago y unos cuantos leprechauns que bendigan ese precioso
momento de la relación que seguramente culminaría después con un apasionado
rato de sexo con amor frente a la chimenea.
Algunos, como yo, nos tendremos
que seguir conformando con un polvorón.
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